Me estaba tomando un cafecito doble (porque uno ya no alcanza después de los 40 😅) y me puse a pensar en esas reuniones de trabajo donde alguien suelta con cara de iluminado: “¡Tenemos que ser más ágiles!”. Y claro, de inmediato todos empiezan a correr como si les hubieran soltado un enjambre de abejas encima 🐝. Pero la verdad es que agilidad no significa rapidez.
Se han fijado que confundimos agilidad con andar a la rápida. Y no po, la agilidad no es sprintar como Usain Bolt para entregar un informe que nadie va a leer. Agilidad es más como bailar cueca en un espacio chico: moverse bien, adaptarse al compañero, esquivar la silla en la esquina y aún así verse elegante 💃.
La rapidez te puede hacer chocar contra la pared ➜ la agilidad te ayuda a girar antes de pegarte el porrazo. La rapidez es apurarse a terminar la pega, la agilidad es saber cuándo parar, cuándo ajustar, y cómo hacerlo sin quedar como estúpido frente al jefe.
Les cuento una cosa: en un proyecto una vez, el gerente gritaba “más rápido, más rápido” como si fuéramos en Fórmula 1. Resultado: entregamos a tiempo… pero con más errores que un manual traducido con Google Translate. 🤦 La agilidad real habría sido parar, ajustar y coordinar mejor.
La agilidad, al final, es flexibilidad con cabeza. Es escuchar, ajustar y responder sin perder el rumbo. La rapidez sin control es como tomarse tres piscolas y después subirse a la bicicleta 🚲🔥… se avanza, sí, pero terminas en el suelo.
Así que la próxima vez que alguien te diga “seamos más ágiles”, recuerda: no es correr más rápido, es moverse más inteligente ✔️.
Ya bueno, los dejo que tengo que ir a moverme con agilidad… hacia el refrigerador, porque la cerveza 🍻 no se sirve sola.
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