Estaba intentando preparar un café por cuarta vez esta mañana, pero la cafetera decidió hacer deploy sin pasar por staging... otra vez. Mientras el café invadía el mesón con espíritu rebelde, me puse a pensar en esa quimera moderna llamada DevOps 🦄💻.
Se han fijado que todos hablan de DevOps como si fuera una secta secreta de sabiduría infinita. Que si “automatización”, que si “pipeline perfecto”, que si “infraestructura como código”... suena más a receta de Hogwarts que a oficina común y corriente. Y claro, en teoría, DevOps es esa promesa dorada donde los desarrolladores y los de operaciones trabajan juntos en armonía, como pandas abrazándose 🐼. Pero en la práctica...
➡️ Unos hacen commit directo a producción un viernes a las 6 p.m.
➡️ Otros creen que Docker es un Pokémon de agua.
➡️ Y mientras tanto, los pipelines fallan porque “el YAML no estaba indentado con espíritu suficiente”.
La utopía DevOps supone que todo está documentado (🤣), los ambientes son iguales (😅), y nadie hace push sin test (💀). Pero la verdad es que seguimos luchando contra servidores zombis que reviven a las 3 a.m. y Jenkins que necesita terapia.
Sin embargo, a pesar de todo, me encanta la idea. Porque en el fondo DevOps no es una herramienta, es una actitud. Una mezcla de humildad, colaboración y caos organizado. Y aunque estemos lejos del paraíso, cada paso que damos hacia esa dirección es una victoria. Incluso si eso significa aceptar que el backup se hizo mal... pero al menos se intentó 😂.
Así que sí, la utopía DevOps es como la dieta de año nuevo: inalcanzable, pero igual la intentamos con fe.
Bueno, los dejo que tengo que convencer a Terraform de que no borre producción otra vez.
🔥 Hasta pronto, pórtense mal.
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