Han visto que siempre cuando uno se sube a una micro vieja, de esas que crujen en cada curva, uno igual se sienta y mira por la ventana como si fuera un tren europeo? A veces hasta se disfruta el traqueteo, como si el camino mismo contara una historia.
En la vida profesional —y sobre todo en la tecnología— pasa algo parecido. Partí hace más de 25 años metiéndole mano a un computador prestado, con más ganas que talento. No era el mejor programador, de hecho, era re malo. Pero preguntaba. Probaba. Me caía y me paraba. Y sin darme cuenta, ese mismo viaje me fue formando.
Hoy, ya metido en arquitectura, DevOps y en los enredos de la innovación, me doy cuenta de que el "destino" (el cargo, el título, el proyecto entregado) es solo una postal. El verdadero valor está en lo que aprendiste al recorrer el camino: las madrugadas depurando logs, los compañeros que te enseñaron una línea de código, los errores que te dejaron una lección tatuada.
Así que si estás partiendo, o si sientes que estás estancado, no te obsesiones con llegar rápido. Camina con ojos abiertos. Disfruta el bug que no entiendes, celebra la pequeña mejora que hiciste hoy, valora el consejo del colega viejo que gruñe más de lo que habla (como yo 😒).
Porque cuando mires hacia atrás, no vas a recordar el "deploy exitoso" del 2023. Vas a recordar cómo llegaste ahí.
👣 El camino deja más huellas que la meta.
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